Charles de Foucauld (Carlos de Foucauld)

Charles de Foucauld

Charles de Foucauld o Carlos de Foucauld fue un religioso francés cuya vida es digna de ser estudiada para todo amante del camino espiritual. Vamos a esbozar una breve biografía y posteriormente, me gustaría mostraros una carta original que hará que lo conozcáis mucho mejor.

Carlos de Foucald (Charles de Foucald)

CHARLES DE FOUCAULD (Hermano Carlos de Jesús) nació en Estrasburgo, Francia, el 15 de septiembre de 1858. Huérfano a la edad de seis años, él y su hermana Marie fueron criados por su abuelo, de cuyos pasos siguió la carrera militar. Éste también les dejó pronto, cuando Carlos contaba con 20 años de edad.

Discurso de Viktor FranklDiscurso de Viktor Frankl

Perdió la fe en su adolescencia, su gusto por la vida fácil era bien conocido por todos y sin embargo demostró que podía tener una gran voluntad y ser constante en situaciones difíciles. Emprendió una arriesgada exploración de Marruecos (1883-1884). Viendo la forma en que los musulmanes expresaban su fe le cuestionó y empezó a repetir: «Dios mío, si existes, déjame llegar a conocerte».

A su regreso a Francia, la cálida y respetuosa acogida que recibió de su familia profundamente cristiana le hizo continuar su búsqueda. Bajo la guía del P. Huvelin redescubrió a Dios en octubre de 1886. Tenía entonces 28 años. «Tan pronto como creí en Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir sólo para él.»

Una peregrinación a Tierra Santa le reveló su vocación: seguir a Jesús en su vida en Nazaret. Pasó 7 años como trapense, primero en Francia y luego en Akbès en Siria. Más tarde comenzó a llevar una vida de oración y adoración, solo, cerca de un convento de Clarisas en Nazaret.

Ordenado sacerdote a los 43 años (1901) partió hacia el Sahara, viviendo primero en Beni Abbès y más tarde en Tamanrasset entre los tuaregs del Hoggar. Quería estar entre los que estaban «más alejados, más abandonados». Quería que todos los que se acercaban a él encontraran en él un hermano, «un hermano universal». En un gran respeto por la cultura y la fe de aquellos entre los que vivía, su deseo era «gritar el Evangelio con su vida». «Quisiera ser lo suficientemente bueno para que la gente dijera: Si tal es el siervo, ¿cómo debe ser el Maestro

En la noche del 1 de diciembre de 1916, fue asesinado por un grupo de Tuaregs que habían rodeado su casa.

Siempre había soñado con compartir su vocación con otros: después de haber escrito varias reglas para la vida religiosa, llegó a la conclusión de que esta «vida de Nazaret» podía ser llevada por todos. Hoy en día, la «familia espiritual de Carlos de Foucauld» comprende varias asociaciones de fieles, comunidades religiosas e institutos seculares tanto para laicos como para sacerdotes.

El fracaso de Carlos de Foucauld (Charles de Foucauld)

Realmente jamás consiguió convertir a ningún musulmán. A sus misas diarias no iba nadie. Su vida desde el punto de vista empírico fue un fracaso, sin embargo, hoy día sus oraciones y sus enseñanzas son seguidas por miles de personas alrededor del mundo, entre ellos, nuestro admirado Pablo d’Ors. ¿Fue su vida un fracaso? Rotundamente no. Gracias a él muchos cristianos (y no cristianos) han encontrado el regreso al desierto y la meditación cristiana, como muchos primeros seguidores de Jesús de Nazaret, que llevaron una vida asceta en el desierto tanto terrenal como espiritual.

El daba gracias a Dios pues se decía a si mismo que su vida había llegado a ser tan espiritual que agradecía todos los contratiempos que le surgían pues le permitían poner a prueba su fe. También se repetía que la grandeza del hombre no se medía por sus bienes si no por las cosas que había rechazado en su vida, las cuales en su caso, habían sido tantas que llegó a vivir sin prácticamente nada, en el desierto…

Carta de Carlos de Foucauld (Charles de Foucauld)

Querido amigo, hermano mío:

A los 6 años quedé huérfano de padre y de madre. A los 20, llegó el turno de marchar a mi abuelo. A medida que avanzaba la vida, el vacío crecía a mi alrededor. Pero el abandono, el rechazo y el fracaso no tendrían la última palabra: yo soy la prueba de ello. ¡La vida no termina a los 20 años!

Tengo dinero, mucho. Organizo fiestas grandiosas y hago correr el vino como una fuente. Por eso me llaman “el grande”. Sin embargo, incluso en medio de estas fiestas siento un inmenso vacío. Estoy a un palmo de la desesperación. ¿Te gustan las fiestas, dices? ¡No te falta razón! ¡Pero prueba a ahondar en aquello que colma de verdad el corazón del ser humano!

Al observar a los musulmanes rezar se ha despertado en mí el sentido de la trascendencia. No encontramos la fe por nosotros solos, sino que brota por la gracia de Dios en contacto con los demás, por los caminos más inesperados.

Mis dudas me persiguieron mucho tiempo y mi angustia existencial fue duradera. Me decía: “Dios mío, si existes, permite que te conozca”. Quise plantearle unas preguntas a un sacerdote, que me pidió por primera vez que me confesara. Este fue el punto de partida de mi conversión: hay que usar gestos propios de la fe para encontrar la fe. Tú también, has de arrodillarte si quieres vivir de pie.

Mi destino patina. Convertido a los 28 años, me piden esperar tres años antes de convertirme en religioso. Lo intento en la abadía trapense de Ardèche, pero busco una vida más radical. Parto hacia Siria. Luego hacia Tierra Santa. Me convierto en jardinero de las clarisas de Nazaret, pero me encuentran poco capacitado para esos trabajos.

Duermo en un cobertizo para herramientas, sobre un banco con una piedra por almohada. Me digo que haría bien haciéndome sacerdote. Me gustaría llevar a Cristo a Marruecos, y finalmente me instalo en Argelia. Ya ves, la santidad no es lineal, ni fácil… Quiero ser el hermano mayor de los que dudan, vacilan, titubean.

Mi gran intuición es la de asumir el último lugar, como el de Jesús de Nazaret durante sus treinta años de silencio y trabajo: “No puedo atravesar la vida en primera clase cuando Aquel a quien amo la atravesó en la última”.

Muchos de nuestros contemporáneos, numerosas personas vulnerables en particular, este último lugar lo viven de forma forzada. En mi caso, a imagen de mi Maestro, lo he escogido. Tomé la alocada decisión de ser el último de mi promoción militar en Saint-Cyr, ¡pero incluso ahí fracasé! Descubrí que este desafío ganaba en nobleza si era en un sentido espiritual.

A pesar de mis peregrinaciones a Tierra Santa y al Magreb, la abadía sigue siendo una madre para mí, y el obispo de Viviers, un padre. Vivo completamente centrado en la Eucaristía: “¡Es Jesús, todo es Jesús!”. Que tu vida esté unida a una comunidad religiosa y a una parroquia, a una diócesis, a amigos felices con los que celebrar juntos.

Charles de Foucauld

“Quiero habituar a todos estos habitantes, cristianos, musulmanes, judíos e idólatras, a mirarme como su hermano, el hermano universal”. Los nativos comienzan a saber que los pobres tienen un hermano. Sueño con una pequeña fraternidad “de oración y de hospitalidad que irradie una piedad tal que todo el lugar se sienta iluminado y animado por ella”.

Pero no sueñes con un gran éxito. No esperes levantar un ejército, sino buscar la transformación de la noche soplando las humildes brasas, capaces de iluminar y calentar todo nuestro valle de lágrimas.

He escrito una regla de fraternidad, pero no recibí ni una vocación. Soy consciente de que celebro la misa todos los días en Tamanrasset desde hace 10 años, pero nunca he conseguido un solo converso. Desde el punto de vista humano, es un fracaso total.

No obstante, cien años después de mi muerte veo, desde el cielo, centenares de religiosos, miles de laicos por el mundo que viven según yo vivía, en la escuela del último lugar.

Ya ves, no hay que aspirar a ser la hiedra impaciente ni la parra silvestre conquistadora, sino más bien el tranquilo roble, el humilde tilo, y más aún el grano de trigo, que si “no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn 12: 24)

La amistad tiene un precio: ¡la Vida! Morí asesinado hace 100 años. Una realidad para la que estaba listo: “Vive hoy como si debieras morir mártir esta misma noche”, había escrito. Dejo tras de mí un pequeño fuerte en la arena, la sotana blanca manchada del color del sagrado corazón que ostentaba, algunas cartas… Dejo sobre todo mi último lugar, el que tanto amé. Y algunos amigos por el mundo. ¿Y tú?.

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