¿Quién fue Sócrates realmente?
¿Qué imagen podemos extraer de Sócrates más allá de los retratos que de él hicieron Platón o Jenofonte? Aunque era muy conocido entre sus conciudadanos de Atenas, Sócrates no era una figura familiar para los griegos que llegaban de fuera. Según Eliano, algunos de los forasteros que asistieron a la representación de Las nubes (Obra de Aristófanes, contemporáneo de Sócrates) preguntaron «¿Quién es ese Sócrates?». Entonces Sócrates se levantó de su asiento y se quedó de pie en silencio durante el resto de la obra, un gesto con el que pretendía indicar a todo el mundo quién era el verdadero Sócrates.
A pesar de todo lo que se ha dicho y debatido, ningún filósofo anterior o posterior a Sócrates fue como él. Fue el pensador menos usual y más original de su tiempo, y el legado de su vida y muerte le elevó a la categoría de héroe moral y filosófico para las generaciones que le sucedieron.
Marco AurelioEn mi opinión Sócrates está en la cima de los grandes filósofos clásicos, pero seguido de muy cerca por Epicteto, Marco Aurelio y Séneca (los tres estoicos).
¿Qué hizo Sócrates?
Como dijo el orador y estadista romano Cicerón: «Sócrates bajó la filosofía de los cielos a la Tierra». Los filósofos que le precedieron —los presocráticos— no tenían interés en saber cómo deben vivir los seres humanos ni cómo podemos intentar dilucidar lo que es verdad o lo que es bueno. El objetivo fundamental de sus investigaciones era ofrecer especulaciones plausibles sobre cuestiones como la composición física del universo y la génesis del mundo material. Sócrates, sin embargo, pensaba que no había nada más importante que conocer la mejor forma de cultivar y entrenar la psyche, el alma o el espíritu del ser humano. Se tomó muy en serio el sucinto mensaje que está inscrito en el templo de Apolo en Delfos: «Conócete a ti mismo». La respuesta que dio el oráculo tuvo una enorme repercusión para Sócrates, y le sirvió de acicate para dedicarse, años después, a la vida filosófica y de la búsqueda de respuestas. Trató de abrir camino para llegar a ese conocimiento de uno mismo mediante el cuestionamiento infatigable y el análisis de las personas y las ideas, y declaró que «una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre».
Los sofistas
Los sofistas fueron los pensadores más inteligentes y originales del siglo V a. C. De ellos solo unos pocos eran ciudadanos atenienses. Procedían en su mayoría de las ciudades- Estado griegas de fuera de Atenas, como las que había en la península Griega o en las islas del Egeo, o de lugares más remotos, como las ciudades griegas del sur de Italia, Sicilia, Jonia (la costa de Asia Menor, hoy Turquía occidental). Sin embargo, Platón estaba empeñado en que se diferenciara a Sócrates de los sofistas: no quería que la reputación que estos tenían de torcer las palabras con su ingenio a expensas de la verdad dañara la imagen de Sócrates.
Sócrates, el guerrero
Su padre, Sofronisco, era «trabajador de la piedra» (lithourgos). Pero dado que la evidencia relativa a la formación temprana de Sócrates y su servicio militar como hoplita nos lleva a pensar que su familia se encontraba en una situación económica relativamente buena, cabe imaginar que Sofronisco tenía una empresa con canteros y mamposteros a sueldo y que no era un simple artesano.
En un párrafo de El banquete de Platón, por ejemplo, se cuenta que Sócrates participó en una prolongada campaña militar en el norte de Grecia que representó un gran desgaste: tenía que caminar descalzo sobre la nieve y el hielo, y hubo de rescatar a su amigo Alcibíades sin ayuda de nadie en medio de una batalla, rompiendo la formación de cobertura. Sócrates nunca hizo gala de este acto. Tal vez nunca quiso contarlo porque albergaba cierto sentimiento de culpa respecto a su propia actuación, dado que dio prioridad al salvamento de Alcibíades sobre la seguridad de sus camaradas, algunos de los cuales pudieron perder la vida como consecuencia de un acto tan individualista.
El hecho de que Sócrates prestara servicio activo en numerosas batallas (Potidea, Delio y algunas más) llena un aspecto de su vida notable y apenas reconocido. Participó en varios combates al menos hasta el verano de 422 a. C., cuando nada más cumplir cuarenta y siete años —ya no gozaba de la juventud que exigía el combate con armadura completa— se fue al norte para luchar en una campaña en Calcídica y Tracia y que formaba parte de la expedición contra Anfípolis que lideró Cleón, político populista ateniense, también general, para recuperar las posesiones imperiales de Atenas en la región. Allí pudo haber participado en más de una docena de combates que, según consta en los anales, tuvieron lugar durante la campaña.
Sócrates continuó participando en actividades militares atenienses hasta pasados los cuarenta años. En el 424 a. C., solo un año antes del estreno de Las nubes, había luchado la batalla de Delio, en Beocia, que fue especialmente sangrienta. Cuando rondaba los cuarenta algo había cambiado en la actitud y en las aspiraciones de Sócrates: empezaba a dedicar su vida a perseguir un objetivo diferente, si no menos heroico: ayudar a sus conciudadanos a que vieran con más claridad cuál era el propósito de sus vidas. Uno de los factores que intervinieron en la decisión de convertirse en filósofo, en lugar de concentrarse en el ejercicio militar o en el político, fue su convicción de que estaba tocado por una «señal divina» ya desde la infancia se sintió siempre guiado por una voz interior a la que él llamaba su daimonion, que significa «algo divino».
Las meditaciones de Sócrates
Al comienzo, relatábamos como Sócrates se levantó al oír su nombre y se mantuvo de pie el resto de la obra a la que había asistido. En esta ocasión nos recuerda su tendencia a permanecer de pie durante largos períodos de tiempo, en un estado similar al trance, cuasicatatónico, lo que había suscitado la curiosidad y provocado los comentarios de los espectadores en anteriores ocasiones.
Podría suponerse que había cierta explicación médica o psicológica en la raíz de esa conducta y que, si era verdad que Sócrates la había sufrido desde su juventud, quizá eso influyó de algún modo en su decisión de dedicarse a la vida filosófica.
También puede deberse a un tipo de meditación y no a un mal, puesto que lo repitió toda su vida y nunca se quejó de ello. Son muchos los casos de personas que buscan la quietud para reencontrarse con su ser interior y, como sabemos, Sócrates sabía que dentro de él existía un daimonion o conciencia interior que era su fuente de la verdad.
En el transcurso de una campaña militar, algunos soldados le observaron con curiosidad y sorpresa: pasó una noche entera de pie sobre una roca, aparentemente sumido en profundos pensamientos. En efecto, habiéndose concentrado en algo, permaneció de pie en el mismo lugar desde la aurora meditándolo, y puesto que no le encontraba la solución no desistía, sino que continuaba de pie investigando. Era ya mediodía y los hombres se habían percatado y, asombrados, se decían unos a otros: —¡Sócrates está de pie desde el amanecer meditando algo. Finalmente, cuando llegó la tarde, unos jonios, después de cenar —y como era entonces verano— sacaron fuera sus petates, y a la vez que dormían al fresco le observaban por ver si también durante la noche seguía estando de pie. Y estuvo de pie hasta que llegó la aurora y salió el sol. Luego, tras hacer su plegaria al sol, dejó el lugar y se fue.
En otra ocasión, Sócrates se quedó parado, ensimismado en su contemplación: fue poco antes de llegar al banquete que se narra en la obra de Platón del mismo nombre.
La filosofía de Sócrates
Sócrates dedicó toda su vida a enseñar a la gente a ser virtuosa (moldeando todas las características fundamentales de una persona). Creía que para ser virtuoso, uno tiene que poseer cinco características:
- La verdad
- Coraje
- Justicia
- Sabiduría
- Felicidad
Usó el método socrático (preguntar y preguntar pero sin dar él una respuesta) para ayudar al pueblo de Atenas a ser virtuoso. Recorrió la ciudad e hizo preguntas a los que están en el poder (es decir, sacerdotes, generales del ejército, etc.). Su objetivo era seguir preguntando hasta que se les acabara la verdad subjetiva (su propia opinión) para obtener la verdad objetiva (la verdad del universo). Los que estaban en el poder temían a Sócrates, por lo que hizo muchos enemigos poderosos. También tiene tres reglas fundamentales que lo convirtieron en uno de los filósofos más conocidos:
1) Conócete a ti mismo (como aparece en el oráculo de Delfos)
2) La vida no examinada no vale la pena vivirla. (Cuestiona todo todo el tiempo)
3) Solo sé que no sé nada. (Nunca estés seguro de que lo sabes todo)
Sobre la bondad y la maldad, Sócrates tenía dos máximas "nadie es malo por su voluntad" y "la maldad es ignorancia". Respecto a la primera, decía que un hombre inteligente, si nace en un ambiente injusto también él será injusto, mientras que el mismo si naciera en un ambiente justo sería justo, por lo tanto el mismo hombre se hizo injusto a pesar de su voluntad, y por lo demás nadie quiere ser miserable por su voluntad. Sobre la segunda, la maldad es ignorancia, decía que si las personas que hacen el mal tuvieran conocimiento de la realidad (verdad) no harían eso. Su ignorancia es la que les lleva a la maldad.
Sócrates cree que es mejor recibir un daño que hacerlo, y esto porque cuando dañas a alguien, antes has dañado también tu propia alma, y como el alma es lo más importante de todo, porque de ella viene la serenidad y el equilibrio, mejor ser dañado que dañar.
El amor según Sócrates
La experiencia más vital de Socrates fue su relación y su interacción personal con Aspasia de Mileto, reconocida como la mujer más elocuente de su época y, aunque en general los historiadores —antiguos o modernos— no lo han admitido así, merece ser considerada una de las mujeres más influyentes de la Antigüedad, desde el punto de vista intelectual. No sabemos si tuvo un romance con ella, pero se cree firmemente que se refiriera a ella como Diotima en sus discursos.
Describe a Diotima como la sacerdotisa de Mantinea, una ciudad en el área central del Peloponeso, a unos cientosesenta kilómetros al suroeste de Atenas. Sócrates nos cuenta que todo lo que sabe sobre el amor, lo aprendió de ella.
El amor, según Diotima, puede entenderse utilizando la imagen de una escalera. Los peldaños inferiores representan el deseo carnal que sentimos por los individuos que nos resultan atractivos. Estimulados por su belleza, los amantes tratan de perpetuar su amor engendrando hijos mediante la relación sexual con el objeto de su amor. A medida que suben más peldaños de esa escalera, sin embargo, la naturaleza de ese objeto cambia. Lo que uno ama en realidad no es un cuerpo, o una persona, sino las cualidades de bondad y belleza que encierra esa persona: las cualidades que hacen que un individuo merezca ser amado. Y esas cualidades, dice Diotima, generan en el amante el deseo de perpetuar su relación con el ser amado, una relación que nunca muera. De este modo los peldaños más altos de la escalera representan para el amante los valores eternos de bondad o belleza. En este estado, los individuos cultivados trascienden el mundo material e intentan producir no un fruto físico a través de la relación carnal, sino una serie de ideas perdurables estimuladas por la belleza que han encontrado.
Esta revelación bien podría describirse como un misterio. De los innumerables intentos de proponer respuestas a la pregunta de qué es el amor, El banquete de Platón sigue siendo uno de los más misteriosos. Ha dado pie a la noción popular de amor «platónico», un afecto profundo entre dos personas que no tiene necesariamente un componente sexual, aunque para algunos lo tenga, y que ha sido objeto de discusión a lo largo de muchos milenios, desde que Platón escribió su diálogo.
La muerte de Sócrates
Sócrates fue criticado por no dedicarse al gobierno o a la administración pública. Él consideraba que tras haber luchado en tantas batallas ya había cumplido para con sus conciudadanos. Sólo una vez ocupó un puesto público y fue porque le tocó por sorteo. Esto junto con su constante crítica a la sociedad mediante su método fue creando una animadversión entre la gente poderosa de su época.
En el 399 a. C. Sócrates fue juzgado ante un tribunal ateniense, acusado de «no reconocer a los dioses de la ciudad», «introducir nuevas deidades» y «corromper a hombres jóvenes». Del jurado, una mayoría le consideró culpable. Según las leyes atenienses Sócrates y sus acusadores podían sugerir un castigo. En el discurso que Platón dice reproducir en su Apología, Sócrates propuso que le dieran una pensión vitalicia con cargo al erario público por sus actividades filosóficas. A los miembros del jurado no les hizo gracia, y votaron —con un margen mucho mayor que en ocasiones anteriores— que se le condenara a muerte. Sócrates podría haberse librado de la muerte mientras esperaba en prisión que se cumpliera la sentencia. Muchos amigos suyos le rogaron que les permitiera sobornar a los guardias para que le dejaran libre. Pero él había decidido que, aunque el juicio de sus conciudadanos no estuviese acertado, él tenía la obligación de acatar la sentencia.
Fuentes:
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