El Noble Óctuple Sendero (también llamado el Camino Medio o la Triple Vía) es la cuarta parte (magga) de las Cuatro Nobles Verdades. Ofrece a los budistas un camino que pueden seguir para acabar con el sufrimiento. Sin embargo, no se trata de pasos, sino de ocho principios rectores que sugieren el camino para acabar con el sufrimiento y, en última instancia, alcanzar la iluminación.
El Noble Óctuple Sendero también se conoce como la Triple Vía, ya que contiene los tres aspectos básicos de la vida budista, que son la ética, la meditación y la sabiduría. Cada parte del Noble Óctuple Sendero se enmarca en uno de los elementos de la Triple Vía:
Cómo desarrollar la perseverancia - Lama Zopa RimpochéPrimera sección: pasos concernientes al desarrollo de la sabiduría:
1. Recta visión o comprensión
2. Recta intención o resolución
Segunda sección: pasos referentes a la moral o desarrollo de la virtud:
3. Recta forma de hablar
4. Recta acción
5. Recto medio de vida
Tercera sección: pasos relacionados con el desarrollo de la concentración:
6. Recto esfuerzo
7. Recta atención consciente
8. Recta concentración
La recta visión o comprensión
La recta visión o comprensión (Samma-ditthi), en el contexto budista del Óctuple Sendero que lleva a la extinción del sufrimiento, es particularmente importante porque condiciona a los restantes siete pasos: todos ellos, en uno u otro sentido, dependen de aquel entendimiento que uno debería poseer y que no es puramente intelectivo, sino más bien holístico e intuitivo, el cual nos permite ver, clara y profundamente, el carácter insatisfactorio y no permanente de las cosas y de la realidad, incluyendo nuestro propio ser personal.
En otro contexto, esta enseñanza se conoce como la doctrina de la impermanencia, insatisfacción y la no-existencia del yo (anica, dukkha y anatta respectivamente, en el idioma pali) y dada su importancia, dedicamos a ella una sección a parte. Ahora solamente, a modo de resumen, digamos que el correcto entendimiento se puede reducir a una clara y perspicaz comprensión y aceptación de un simple hecho encerrado en la siguiente sentencia, muchas veces repetida por el Buda: “todo aquello que está sujeto a aparecer o llegar a ser, también está sujeto a desaparecer o dejar de ser”.
Esto quiere decir que nada es permanente, absolutamente fijo, perdurable o dotado de alguna esencia. Mientras más atentamente observamos la realidad, con mayor certeza descubrimos que las “esencias” solamente existen en nuestra mente: son aquellas “etiquetas” que ponemos a las cosas, personas, a lo que nos rodea y lo que experimentamos interiormente. Pero en realidad, solo podemos advertir cambios: miramos cosas cambiantes, escuchamos sonidos que cambian, percibimos olores que aparecen y desaparecen, apreciamos procesos mentales y emocionales en un permanente devenir y desaparecer.
Todo lo demás es pura ilusión. Por eso, los maestros del Zen enseñan: “No busques la verdad, simplemente dejes de aferrarse a tus opiniones”. La verdad no es algo que debe ser buscado, sino que es algo que está ahí, al alcance de nuestras manos y aún dentro de nosotros: cuando uno deja de apegarse a sus teorías, puntos de vista, ideologías y tradiciones, empieza a percibir esta realidad. Un fervoroso discípulo afirmó frente a su maestro que estaba dispuesto a ir adonde sea para encontrar la verdad:
-¿Y cuándo vas a partir?, preguntó el maestro.
-En cuando me digas adónde debo ir.
-Te sugiero que vayas en la dirección en la que apunta tu nariz.
-¿Pero cómo voy a saber en qué lugar detenerme?, preguntó el discípulo.
-Donde tu quieras. -¿Y estará allí la verdad?
-Sí. Justamente frente de tus narices. Mirando fijamente a esos ojos tuyos que son incapaces de ver.
Anthony de Mello dijo una vez que la vida se parecía a una botella de buen vino: algunos se contentan con leer la etiqueta, mientras que otros prefieren probar su contenido. Cuando aprendemos a percibir este mundo tal como es, incluyéndonos a nosotros mismos: en una continua transformación, carente de esencias y elementos fijos, vamos a adquirir esta correcta y directa visión o comprensión, el primer paso para la liberación del sufrimiento.
La práctica de meditación debería ayudarnos en el logro de este fin: percibir el mundo de manera directa, libre de la mediación de los conceptos o etiquetas. Algunos creen que la meditación es una técnica alienada que sólo nos ayuda a escapar de los males de este mundo y transportarnos a una ilusoria realidad “espiritual” libre de penas y sufrimientos. Sin embargo, la meditación en el sentido budista es todo lo contrario: trata de abrir nuestros ojos a la realidad tal como es. Pero, ¿acaso necesitamos meditar para percibir el mundo? -dirán algunos. ¿Acaso cada vez que abrimos los ojos no miramos la realidad? ¿No escuchamos los sonidos del mundo, no lo tocamos continuamente? Por más increíble que parezca, esta popular creencia es, al menos, dudosa.
Entre los científicos sociales y lingüistas, desde hace mucho tiempo, existe una teoría, conocida como la “hipótesis de la relatividad lingüística” o la teoría Sapir-Whorf , según la cual nuestras ideas sobre la realidad dependen en gran parte del lenguaje que utilizamos. Metafóricamente hablando, la lengua vendría ser como unos anteojos de color que tenemos puestos, a través de los cuales miramos la realidad; entre alguien que usa los lentes de color, digamos, azul y alguien que los usa marrones, nunca habrá acuerdo sobre cómo realmente son las cosas. Y las palabras son los conceptos que median nuestra percepción del mundo como los anteojos.
Sin darnos cuenta, lo que generalmente percibimos no son las cosas sino nuestros conceptos que tenemos de ellas. Por eso uno de los maestros del Oriente dijo: “El día en que enseñes al niño la palabra ´ave´, el niño dejará de ver las aves por siempre”. Efectivamente, cuando el niño observa maravillado aquel ser vivo volando y alguien le dice, “Ah, pero este es un gorrión”, el día siguiente el niño dirá “he visto otro gorrión... estoy cansado de los gorriones”. El mundo concreto es cambiante, dinámico y sorprendente, mientras que los conceptos son estáticos y generales.
El mencionado místico jesuita de la India, Anthony de Mello , propone la siguiente parábola para ilustrar este tópico: Imaginemos que un grupo de turistas está viajando en un bus lujoso con ventanillas cerradas y cortinas bajadas. Los pasajeros no pueden escuchar, oler ni ver nada del exótico y hermoso paisaje que está afuera; solamente escuchan la monótona descripción de lo que pasa afuera, hecha por el chofer. Lo único que experimentan los turistas son imágenes creadas por las palabras del guía. Suponiendo que el bus estacione y se les permita salir afuera, los pasajeros saldrán ya con ideas fijas preconcebidas sobre lo que podrán y deberán ver, sentir y apreciar. Su experiencia será distorsionada y condicionada por la narrativa del chofer: no van a percibir la realidad en sí misma sino una realidad filtrada por medio de sus conceptos.
El primer paso del Óctuple Sendero, nos enseña sobre nuestra necesidad de recuperar la correcta visión del mundo, una visión directa y libre de prejuicios para volver a poder sorprendernos y maravillarnos de él.
Recta intención o resolución
Algunos traducen también este segundo paso como “recta aspiración”, lo que nos proporciona aún mayor claridad de lo que se trata: examinar nuestros motivos más íntimos, preguntarnos por qué actuamos de una determinada manera o hacemos ciertas cosas, qué aspiramos y para qué. En otras palabras, se trata de examinar nuestra actitud, muchas veces escondida, detrás de las acciones. En consecuencia, se trata de evitar acciones mal intencionadas que podrían ocasionar daños a los demás y a nosotros mismos.
En cierto sentido, la correcta intención es un camino de continuos descubrimientos: porque cuando somos sinceros, nos serán reveladas nuestras reales aspiraciones, los motivos ocultos y profundos de nuestras acciones, cuya existencia a veces, ni siquiera fue sospechada. Esto puede resultar doloroso, especialmente cuando tratamos de averiguares los motivos ocultos de nuestras acciones nobles, aquellas de las cuales nos sentimos orgullos y felices.
Pero lo más importante en este segundo paso es, realizar nuestros descubrimientos sin juzgarnos a nosotros mismos, sin producir remordimientos y sentimientos de culpa: simplemente tomar notas de las intenciones y aspiraciones existentes tanto correctas como incorrectas y, eventualmente, cuando se trata de estas últimas, empezar a renunciar a ellas. Por más que hoy en día, en medio de nuestro mundo altamente consumista, la palabra “renuncia” no es muy popular, la espiritualidad budista la tiene en gran estima y la utiliza frecuentemente, partiendo del principio, según el cual la resignación de algunas aspiraciones malsanas, es mucho menos dolorosa que el hecho de aferrarse irreflexivamente a ellas.
El camino de meditación, con su consecuente liberación, propuesto por el Buda no consiste, como algunos piensan, en sentarse cinco minutos antes de comer y, juntando los dedos, murmurar un poco la sagrada sílaba hindú “Om”, para luego comer en paz y sentirse feliz durante el resto del día. Por el contrario, este es un camino arduo, para nada instantáneo, que requiere de mucha paciencia e implica la renuncia no sólo a las cosas sino hasta a las personas y a nosotros mismos: renuncia a nuestro propio ego. Pero, por otro lado, según lo testimonian las generaciones que lo practican por más de 2.500 años, éste es un camino que vale la pena ser recorrido, una vez que el viajero entienda que para este viaje necesita, como lo diría San Francisco de Sales, “una taza de conocimiento, un barril de amor y un océano de paciencia”.
Recta forma de hablar
Con el correcto hablar entramos en la segunda categoría de pasos que hacen referencia a la moral, a la conducta ética o al desarrollo de la virtud.
En este campo, el budismo propone a sus seguidores cinco tradicionales preceptos, que son los siguientes:
1º abstenerse de matar o producir daños intencionalmente;
2º abstenerse de robar o tomar algo que no nos fue explícitamente ofrecido;
3º abstenerse de cometer adulterio u otro tipo de conducta sexual impropia;
4º abstenerse de mentir y hablar de modo violento;
5º abstenerse de tomar bebidas intoxicantes y drogas parecidas.
Los maestros budistas siempre subrayan que estos preceptos no deberían ser interpretados como mandamientos, o sea, no deberían ser vistos como si constituyeran una especie de revelación divina o como si fueran ordenados por alguna fuerza superior de manera absoluta. Esta es simplemente una forma de conducta que cada uno ensaya de acuerdo a sus propias convicciones, condiciones y circunstancias. El cuarto de dichos preceptos se relaciona directamente con el paso que ahora estamos estudiando, mientras que en los siguientes encontramos el eco de los demás preceptos.
Las palabras tienen mucho poder. Se cuenta que un día cierto maestro trataba de explicar esta verdad a un grupo de personas. Mientras hablaba, se levantó de pronto un oyente y dijo: “perdone Usted, pero me parece que lo que está diciendo aquí es un montón de sandeces: ¿cómo podrá Usted creer que las palabras en sí mismas tendrán algún poder?” “¡Cállese, maldito imbécil!”, le respondió el maestro. El hombre quedó estupefacto y dijo: “¿Cómo puede ser que Usted se crea un maestro espiritual e insulta la gente? ¡Esto es una vergüenza!”. “Bueno, perdóneme -dijo en tono reconciliador el maestro- es que me excedí en palabras; le ruego, por favor, que no se enoje”. El hombre se tranquilizó y, una vez sentado escuchó estas palabras: “¿Se da Usted cuenta? Tres palabras mías le pusieron furioso y seguidamente unas otras pocas palabras le devolvieron la calma. ¿Y luego seguirá Usted negando que las palabras tengan poder?”.
Tradicionalmente, en el budismo el correcto hablar significa no mentir, no utilizar un lenguaje violento capaz de producir daño en las personas, no divulgar chismes y abstenerse de charlas frívolas o ligeras. Pero esto tiene también su lado positivo: el de convertir el lenguaje en un vehículo de amor y comunión. No se trata solamente de no mentir, sino decir la verdad de manera amable y cuidadosa. Sabemos bien que la llamada “cruda verdad” muchas veces es mal intencionada y dañina, cuando se la pronuncia de manera incorrecta.
Algunos maestros, prefieren traducir el correcto hablar como “hablar desde el corazón”, porque ellos creen que “hablar con la verdad significa poder tocar el corazón del que oye” (Kornfield, 1995:37).
Mientras que el recto hablar se refiere al cuarto precepto budista, este paso del Óctuple Sendero hace referencia a las restantes cuatro recomendaciones.
El más importante, sin duda, es el de abstenerse de infringir algún dolor de manera consciente y voluntaria a nosotros mismos, a las demás personas o algún otro ser vivo. Cuando uno se pregunta sobre la causa de esta actitud, sobre la fuente de la cual proviene semejante facilidad que tenemos de ser crueles, inhumanos y violentos, muchas veces descubrimos que son los miedos e inseguridades bien escondidos en nuestro interior, relacionados con lo que queremos proyectar como nuestra persona, como el “yo”, los que se encargan de producir estar conductas violentas. La meditación budista, orientada principalmente al descubrimiento de la futilidad de nuestro ego que tanto apreciamos, es una buena herramienta para liberarse de dichos temores y, por ende, disminuir nuestra agresividad y la tendencia de causar dolores.
Cuando al Buda se le pidió que resumiera de manera más sucinta su enseñanza, simplemente dijo: “Absténganse de todo lo que no es sano o que puede ocasionar daños, practiquen el bien y purifiquen su corazón”: en esto consiste, en resumidas cuentas, practicar la correcta acción en nuestras vidas. En la tradición budista, este principio se traduce en unas reglas prácticas como la de no guardar el odio, no actuar impulsado por la aversión, no matar a personas ni animales, entre otras. Cuando se menciona este último tema, lo usual es que empieza a surgir la polémica sobre si el budismo requiere de sus seguidores que sean vegetarianos, sobre si pueden matar a los insectos, etc. Aunque es cierto que no todos los budistas son vegetarianos, de hecho los monjes de la tradición Theravada no pueden serlo, porque viviendo exclusivamente de la ofrenda no pueden discriminar entre una u otra comida que les sea regalada, el hecho de consumir la carne o no, no es lo más importante.
Antes bien, lo que propone el budismo es procurar a conectarse con la vida y cuidar de ella. Comprender que formamos parte de este universo y estamos, de alguna forma, interconectados con todo lo que respira o tenga algún tipo de vida. Como lo expresó un maestro, cada uno debe pensar y responder la siguiente cuestión: ¿te imaginas que apareciste en este mundo como caído de un planeta o, más bien, piensas que llegaste a existir como un árbol que surgió, creció y se desarrolló a partir de una semilla? ¿Cuál de los dos cuadros se ajusta mejor a la visión que tienes de ti mismo y del mundo? Imaginarnos en este segundo plano, nos llevará a sentir más solidaridad e identidad con toda la manifestación de la vida existente en este universo. De esta forma, el principio de no causar voluntariamente daño alguno, tendrá también su lado positivo: el de cultivar el respecto, si no reverencia, por la vida y el sentimiento de la interconexión entre todos los seres vivos.
Recta acción, el cuarto paso del Óctuple Sendero, tiene múltiples aplicaciones.
En “Dhammapada”, por ejemplo, encontramos al respecto los siguientes versos:
"Me maltrató, me golpeó, me derrotó, me robó.
El odio de aquellos que almacenan tales pensamientos jamás se extingue...
Quienes no albergan tales pensamientos se liberan del odio.
El odio nunca se extingue por el odio en este mundo; solamente se apaga a través del amor.
Tal es la antigua ley eterna" (Dhammapada 1,5)
El recto actuar encierra también en sí, el segundo de los mencionados preceptos, a saber, el de no hurtar. Mientras que restringirse de hacer daño implica un trabajo mental relacionado con los sentimientos del odio, la abstención de tomar cosas ajenas requiere trabajar con la codicia. Demanda examinar nuestro corazón para descubrir dónde están puestas nuestras esperanzas y nuestros deseos. Este precepto también tiene su lado positivo que consiste en, no sólo restringir nuestras acciones para no robar, sino además, practicar la generosidad, el compartir y el desprendimiento. Se trata de comprobar por nuestra propia cuenta la veracidad de aquella frase de Jesús cuando dijo “Hay más alegría en dar que en recibir”.
El tercer precepto relacionado con la recta acción hace referencia a la conducta sexual. Como ninguno de estos preceptos pretende ser un mandamiento absoluto proveniente de alguna divinidad, también en este caso cada uno debe interpretarlo de acuerdo a su propia experiencia, sabiduría y circunstancias. El principio básico es evitar que una conducta sexual lastime o haga daño. Tradicionalmente, los budistas lo interpretan también en categoría de abstenerse de cometer adulterio, el incesto y de las relaciones con los menores. El lado positivo, consistiría en cultivar la energía relacionada con el amor y la intimidad dentro de una relación apropiada.
El último precepto concerniente a la abstención de las bebidas alcohólicas u otras drogas intoxicantes apunta al corazón mismo de la enseñanza budista que consiste en la práctica de una continua atención consciente. De hecho, el vocablo "buda” se traduce mejor no como “iluminado” sino como “despierto”. El estar despierto, consciente de lo que pasa aquí y ahora a nuestro alrededor y en nosotros mismos es la meta última de la meditación y medio para la liberación. Oscurecer o nublar aún más la mente, que de por sí ya se encuentra confusa a causa de las impurezas provenientes de nuestros recuerdos, ansiedades, odios e insatisfacciones, con los efectos del alcohol u otras drogas, es simplemente una acción contraproducente en este camino. El camino budista de meditación consiste en despertar del falso sueño y ser lo más consciente posible, de modo que el hecho de adormecer en un sueño alcohólico es contrario a este meta.
Algunos seguidores de este camino interpretan el quinto precepto como un llamado a la abstención absoluta, mientras que otros aceptan las bebidas alcohólicas en pequeñas cantidades mientras las mismas estimulen o produzcan energías y eliminen inhibiciones, pero evitan la intoxicación etílica o embriaguez. Pero también en este caso, antes de discutir los aspectos negativos de este precepto, conviene más centrase en su opuesto lado positivo: no sólo se trata de evitar las falsas ilusiones de las drogas y bebidas, sino de practicar concienzudamente la atención y la auto-conciencia. Cuando alguien empiece a experimentar los beneficios de permanecer atento y consciente, jamás va a querer oscurecer su mente con algunas sustancias con efectos embriagantes o alucinógenos, exista o no, algún precepto que lo prohíba.
Recto medio de vida
Este paso se refiere a tener ocupaciones en la vida diaria que nos permiten ganar el sustento y que sean, al mismo tiempo, compatibles con los principios de la ética budista.
Este principio tiene varios aspectos.
En primer lugar se trata de que nuestra ocupación, de ninguna forma cause daños. Tradicionalmente, un correcto medio de vida estaría incompatible con el empleo en la industria armamentista, con el tráfico de drogas, con la explotación de los seres humanos o con la matanza de los animales.
En segundo lugar, debería procurarse que nuestro medio de vida nos proporcione, lo que se llama, una apropiada satisfacción. Si no tenemos la suerte de trabajar en algo que realmente nos encanta, la meditación budista podría sernos útil en encontrar contentamiento ahí donde menos lo esperamos. Se trata, en otras palabras, convertir nuestro empleo en una especie de elevado servicio vocacional, al cual podríamos dedicarnos con contentamiento.
Una adecuada manera de vivir, en el tercer lugar, se considera aquella que es libre de deudas y, consecuentemente en el cuatro puesto, que se contente con lo simple. Quizá este imaginario diálogo de una pareja que empieza una vida conjunta y que se quiere mutuamente, refleje el espíritu que se pretende lograr mediante este paso:
-Sabes, amada mía -dice él- voy a trabajar duramente y algún día seremos ricos.
-Ya somos ricos, querido -responde ella- pues nos tenemos el uno al otro. Quizá, algún día también tengamos dinero.
La simplicidad quizá sea el rasgo más destacado del estilo de vida propuesto por el budismo. Algunos, procuran el logro de esta simpleza mediante la vida religiosa convirtiéndose en monjes y monjas de diversas órdenes budistas existentes. La práctica de austeridad y simpleza en estos lugares es realmente proverbial. Pero también a los seguidores laicos de este camino, se les invita a experimentar el liberador poder de la simpleza y el desprendimiento. No se trata de multiplicar austeridades y mortificaciones, pues este camino fue rotundamente rechazado por el fundador del budismo, sino más bien de descubrir que con poco y con un corazón desprendido, uno puede ser verdaderamente feliz. Como aquel cuervo del antiguo cuento indio que volaba con un gran trozo de carne en su pico. Viendo eso, los otros cuervos le persiegían y atacaban sin piedad. El cuervo luchó y procuró mucho, pero al no poder con más de una docena de cuervos, acabó por soltar la carne, detrás de la cual se volcaron todos los atacantes. Entonces, el cuervo dijo: “¡Qué tranquilidad! Ahora todo el cielo me pertenece”.
Con este paso empieza la última sección del Óctuple Sendero relacionada con el desarrollo de la concentración y meditación.
Quizá nos sorprenda que el esfuerzo no haga referencia a los asuntos más prácticos de la vida relacionados, por ejemplo, con el correcto actuar, sino que se pertenezca e este grupo de pasos. Esto se debe a que, en el camino del Buda se considera la meditación y la concentración como el principal medio para lograr la última meta consistente en libración del sufrimiento, la iluminación, el despertar espiritual o el Nibbana. No importa cómo lo llamemos, lo importante es que aquel último objetivo sólo es posible de ser logrado mediante nuestro propio esfuerzo.
En la tradición budista se habla de cuatro formas del esfuerzo correcto:
(1) el esfuerzo por abandonar todo lo que en nuestras mentes no es saludable: los apegos, miedos, odios y enojos;
(2) el esfuerzo por mantener libre la mente de estas impurezas;
(3) el esfuerzo por desarrollar, cultivar y nutrir todo lo contrario, o sea, todo aquello que es provechoso para nuestra vida; y
(4) el esfuerzo por mantener en nuestra mente estos saludables estados.
Este esfuerzo correcto también suele resumirse en procurar mantenerse siempre consciente, mirar claramente y poner atención en todo lo que hacemos, pensamos, sentimos o hablamos. Todas las técnicas de meditación budista tienen por objeto este mismo fin. Estos ejercicios tienen un atractivo especial que es un sello liberador que le ponen los numerosos practicantes que, a lo largo de los 25 siglos de su existencia, demostraron que se lo puede llevar a cabo; sin embargo, ninguno de estos venerables maestros puede realizar nuestro propio trabajo: las técnicas por si solas tendrán muy poco efecto y valor, si es que no ponemos nuestro mejor esfuerzo en ejercitarlas.
El correcto esfuerzo, en otras palabras, debe ser orientado a mantener una conciencia constante, tal como lo relata el viejo cuento transmitido a través del budismo Zen, en el cual un monje de nombre Tenno, luego de haber practicado con su maestro a lo largo de diez años, lo que le permitía finalmente convertirse él mismo en un guía espiritual, visitó a otro famoso maestro de nombre Nan-in. Como era un día lluvioso, Tenno llevaba sus sandalias y el paraguas. “¿Dejaste tus sandalias y el paraguas a la entrada, no es cierto, Tenno?” -preguntó el maestro. Dado que esto, efectivamente era lo correcto, Nan-in siguió preguntando: “¿Podrías decirme si colocaste el paraguas a la derecha o a la izquierda de tus sandalias?”. Tenno no supo responder y quedó confuso. De repente, se dio cuenta de que no era todavía capaz de practicar la conciencia constante, por lo cual se hizo alumno del maestro Nan-in y estudió con él otros diez años más, hasta lograr el nivel deseado.
Estar atento significa estar en el presente, ser conciente de lo que actualmente ocurre. Parece bastante simple, pero por otro lado esto significa también despertar al momento presente; despertar de las fantasías del futuro y de las imágenes del pasado, cosa que no siempre resulta fácil.
No sabemos exactamente el por qué, quizá a causa del miedo, aburrimiento o por costumbre, pero lo cierto es que al igual que la mayoría de las personas, no acostumbramos poner atención en el momento presente.
Voy a valerme de un significativo relato de Anthony de Mello, quién en un cuento titulado “Los bambúes”, trae a colación el significado de este paso:
Nuestro perro, Brownie, estaba sentado con mucha tensión: las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente, los ojos alertos, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a un mono. El mono, era lo único que en este momento ocupaba su horizonte consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que comería esta noche, ni si en realidad tendría algo de comer, ni en dónde iba a dormir. Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás.
[...] Debes abandonar, en realidad, todo pensamiento, toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce.
Después de años de entrenamiento, el discípulo pidió a su maestro que le otorgara la iluminación. El maestro le condujo a un bosquecillo de bambúes y le dijo: ´Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel otro, qué corto es´. Y en aquel mismo momento el discípulo recibió la iluminación.
Dicen que el Buda intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último se sentó un día bajo un árbol que le dicen “bodhi” y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió el secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que pueden parecer enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen con sus pensamientos: “Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente, sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuando respiréis ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente”. Consciencia. Atención. Absorción. Nada más. (De Mello, 2003:32-33).
Recta concentración
El último paso del Óctuple Sendero podría ser traducido también como correcta meditación, ya que la palabra samadhi utilizada en el escrito original, en el lenguaje pali, es bastante difícil de ser expresada mediante algún idioma occidental.
Esta palabra significa la concentración como práctica de la mente centrada en alguna sensación u otro objeto mental singular y único, y es asociada generalmente con el sentimiento de paz y calma.
Varias de las técnicas que procuran la obtención de estos estados mentales, se pueden encontrar en la Sección Meditación budista de manera que en este momento, sólo compartiré una breve historia , que al parecer explica esta práctica de sentarse quieto sin hacer nada, lo que a muchos puede parecer muy etraño.
Esto ocurrió en uno de los monasterios budistas. Dado que en dichos monasterios, la práctica de samadhi se efectúa durante muchas horas a lo largo del día, no era de extrañar que un joven discípulo durante una de estas prolongadas sentadas se quedó profundamente dormido. Soñó que había llegado al Paraíso, pero para su asombro lo que vio allí eran... ¡los mismos monjes budistas de su monasterio sentados en posición de meditación! “¿Y a esto lo debo llamar Paraíso? -exclamó algo defraudado- ¡Si es lo mismo lo que estamos haciendo aquí en la tierra!”. Y una voz le dijo: “Tonto, ¿acaso crees que estos monjes que meditan están en el Paraíso? Es todo lo contrario: el Paraíso está en ellos”.
Texto escrito por el Dr. D. Antón Barón
Reproducido con su permiso.
Publicado inicialmente en https://www.bosquetheravada.org/
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